viernes, 9 de marzo de 2012

LUZ MENDEZ DE LA VEGA

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Actualizado a las 09:15 CULTURA
El brillo de Luz Méndez de la Vega inmortalizado en sus poemas
La escritora y ensayista guatemalteca Luz Méndez de la Vega, galardonada con el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 1994, falleció ayer a los 93 años, dejando un rico legado de obras poéticas. A continuación, algunos de sus obras:


Escritora guatemalteca Luz Méndez de la Vega
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POR REDACCIÓN CULTURA
La extensa obra de la escritora incluye las compilaciones Flor de varia poesía (1978), Poetisas desmitificadoras guatemaltecas (1984), La poesía del grupo RIN-78 (1986).

La dramaturgia no le fue ajena a la autora quien escribió Tres rostros de la mujer en soledad: monólogos inoporturnos y La mariposa en la ventana.

Entre sus poemarios destacan Tríptico, tiempo de amor, tiempo de llanto y desamor (1980), Toque de queda, poesía bajo el terror, 1969-1999 (1999) y Frágil como el amor (2008).

En el 2004 recibió el Premio Medalla por el Centenario de Pablo Neruda en Chile.

La Editorial Cultural del Ministerio de Cultura y Deportes le entregó en octubre de 2011 una antología que compila toda su poesía, llamada Ligera y diáfana, —Poesía completa—.

Barriletes

Alto y polícrono
gozoso y ágil,
diáfano y leve
incauto soñador
flotando lentamente
en dulce éxtasis
entre el frío
azul de noviembre
ingrávido y alto
o en rápido giro
sobre sí mismo
hacia arriba
siempre
hacia arriba
sobre claros
escalones de aire
imantado
de azules
profundidades
despreocupado
de la mano
que lo sujeta
y lo gobierna
hasta abatirlo
sobre la tierra
rompiendo
su mejor vuelo
Icaro atado
a un cordel invisible
loco de azules
y diáfanas claridades
de un golpe derribado
en su ciega ebriedad
inesperadamente
el barrilete:
sueño de mujer enamorada

Karma

Con un amor que nace
nace cada vez
el primer amor
y el primer amante.

Con un amor que muere,
muere, cada vez,
el amor
y todos los amantes.

Con cada nuevo amor
tercamente renacemos
para ¡tercamente! morir
en goce y tortura eternos.



Virtud Suprema

Si yo fuera hombre,
se codearían riendo,
al verme
como un viejo alce
doblada la frente por el peso
y la ramazón
de la cornamenta que
-aunque invisible-
todos miran, puesta por ti,
en mi cabeza.

Pero, como soy mujer,
precisamente,
la misma ven y loan
unánimes,
en admirativo coro,
como diadema esplendorosa
o aureola de santa.

Virtud suprema, pues,
que lleva al cielo
a la mujer,
aquello mismo que,
al hombre,
sume en infiernos
de burlas y vergüenzas.

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